Víctima como soy de ese "pensamiento mágico" que parece codificado en nuestros genes, el mismo tipo de pensamiento que sustenta mitos como el del fin del mundo - os recomiendo el magnífico artículo publicado por The Economist al respecto en su número especial de diciembre -, he estado dándole vueltas durante toda la semana a esta mi última entrada del año. ¿Sobre qué escribir? Ésta es, evidentemente, una entrada muy especial. Debería tratar sobre algo memorable. Tengo toneladas de material acumulado para volcar en este espacio, literalmente cientos de referencias sobre las que me gustaría hablar, reflexionar, debatir. Pero ninguna parece estar a la altura de este magno acontecimiento. La última entrada del año. Uf.
Había pensado hacer algunos comentarios sobre un librito demoledor que he recomendado, con toda la maldad del mundo, a buena parte de mis amigos - esos que todavía trabajan por cuenta ajena: Buenos días, pereza, de Corinne Maier, publicado en nuestro país por Ediciones Península... Pero me resisto a despedir el 2004 frente a mis hipotéticos lectores con algo tan desalentador.
Muchas personas aprovechan estas fechas para establecer metas - buenos propósitos - para los siguientes doce meses. La mayor parte de esas metas conllevan, en mayor o menor medida, un cambio de vida... algo que por lo general resulta difícil o imposible para la mayor parte de nosotros. ¿Hay alguna forma de mejorar nuestras posibilidades de éxito? Esta pregunta es la base de toda la industria editorial de la autoayuda, así que no esperéis que la responda, no soy tan sabio. Pero quiero compartir algunas de las "verdades" con las que me he ido tropezando en estos años. Y me encantaría conocer vuestra opinión.
Creo que es más fácil adoptar un hábito nuevo que acabar con uno antiguo. Por ejemplo, es más fácil incorporar cinco piezas de fruta o verdura a la dieta diaria que dejar de comer alimentos ricos en grasa. Para la mayoría de nosotros es más fácil ahorrar que dejar de gastar. Es más fácil empezar que terminar. Así pues, os recomiendo que os centréis en adoptar costumbres más saludables o provechosas, más que en abandonar las que os disgustan o perjudican. Pero si de todas formas intentáis acabar con una mala costumbre, recordad las palabras de Don Juan: todo hábito necesita de todas sus partes para mantenerse en el tiempo. Es decir, si elimináis o modificáis alguno de sus componentes, cualquiera de ellos, el hábito se vendrá abajo.
Preparaos bien antes de empezar. Aseguraos de que disponéis de todo lo necesario - tiempo, dinero, espacio físico, información - para poner en marcha el nuevo hábito. Es más eficaz desarrollar un nuevo hábito si lo vinculamos de alguna forma a un hábito ya establecido, por ejemplo encadenándolos en el tiempo o simultaneándolos en el espacio. Estudiad la manera de hacer más fácil la adopción del nuevo hábito, por ejemplo preparando la bolsa de deporte por las noches y dejándola al lado de la puerta antes de iros a la cama. Tomad medidas para que el nuevo hábito sea difícil de ignorar, colocad recordatorios por todas partes, desde alarmas en la Palm a post-its en los espejos o nevera. Sed benévolos con vosotros mismos si tenéis "un despiste", pero corregidlo inmediatamente después de detectarlo. Mantened el esfuerzo consciente durante al menos 21 días. Si finalmente lo lográis, recompensaos por haberlo conseguido.
Fijaos metas ambiciosas, pero realistas. Buscad desafíos a la altura de vuestras capacidades. Si podéis, plantearos retos que os lleven a perfeccionar vuestras habilidades o adquirir otras nuevas. Algo que os obligue a esforzaros lo suficiente como para evitar que os durmáis o distraigáis, pero no tan difícil como para que resulte desmoralizante.
La atención es el recurso más escaso del que disponemos - más aún que el tiempo - así que intentad no dividirla entre más de dos o tres metas importantes a la vez. Preferiblemente, atacad los temas clave de vuestra vida de uno en uno, si os lo podéis permitir. Está más que demostrado que el ser humano es tan multitarea como el Windows 98. Si os centráis en los pocos importantes, os sorprenderá cómo aumenta vuestra efectividad y cómo, al finalizar el año, habéis conseguido mucho más que al correr detrás de 70 cosas simultáneamente.
Aseguraos también de que disponéis de alguna forma de saber o medir qué tal lo estáis haciendo. La realimentación, a ser posible contínua, es imprescindible: entre otras cosas para mantener el interés. Usad la imaginación, emplead fotos, reglas, básculas, colores, figuras geométricas, escalas numéricas, verbales o pictóricas, lo que sea, para ir marcando vuestro progreso.
De todas las cosas que merece la pena aprender, creo que la más importante es esta: que todas las cosas que hacemos, merecen la pena hacerse por sí mismas. Si hay un hábito que desarrollar, es el de hacer lo que haya que hacer con atención, con habilidad y con disfrute. Cuanto más rutinaria sea la tarea, como lavar los platos, más gratificante resultará cuanto más cuidado pongamos al hacerla, como si de una obra de arte se tratara. Millones de cosas en el mundo para ver, hacer o aprender no se vuelven interesantes hasta que les dedicamos atención. Manejar nuestra atención es la clave para disfrutar de una vida plena y con sentido. A por ello.
Feliz año nuevo 2005.